Los paseadores de perros en la ciudad de Buenos Aires, una postal cotidiana
El paseador de perros se volvió parte del paisaje de la Ciudad. En cada avenida y parque se ven grupos variados de perros, algunos enormes, correas que se enredan y paseadores que mantienen el control, o lo intentan. Para muchas personas contratar un paseador es la única forma de que su perro salga durante el día, y como cada vez pasan más tiempo fuera de casa, y la tendencia es que cada vez hay más perros, se abrió una puerta para los que trabajan en esto, ya que representa un ingreso estable.
El problema es que no siempre se habla de la calidad de esos paseos ni de lo que realmente significa para el perro “salir a pasear”. Se discute cuántos perros puede llevar un paseador de perros, cuáles son los requisitos legales y hasta cómo se regula la actividad. Pero detrás de esas discusiones está la pregunta de fondo: ¿Qué es un paseo de calidad para el perro y cómo debería ejercerse el oficio de paseador de perros?

Lo bueno de ser paseador de perros
Hay algo indiscutible, el trabajo de paseador de perros permitió que miles de perros tengan un mínimo de movimiento diario. En una ciudad donde mucha gente vive en departamentos y pasa más de diez horas fuera de casa, sería imposible garantizar salidas sin esta figura.
También es cierto que muchos paseadores de perros desarrollaron vínculos fuertes con los animales que sacan. Los conocen por su nombre, saben cómo reacciona cada uno y se convierten en una referencia estable en su rutina. No son pocos los que se ocupan de la seguridad, el agua y hasta de cuestiones básicas de salud, como avisar a un tutor cuando notan algo extraño.
Cuando el paseo está bien hecho, puede ser un alivio para el perro y para la familia. Un perro que se mueve, que camina, que huele y que interactúa de forma controlada, vuelve a casa más tranquilo y con menos acumulación de energía. Ese beneficio es real y es la base de por qué esta actividad se instaló en todas las grandes ciudades.
Para quienes trabajan de paseadores de perros también hay mucho de gratificante. Estar al aire libre, moverse todo el día, compartir con diferentes perros y ver cómo progresan es una satisfacción enorme. No es lo mismo caminar solo por la ciudad que hacerlo acompañado de un grupo de perros que confían en vos. Más de uno encuentra en esta rutina un estilo de vida: menos oficina, más naturaleza, más vínculo con los animales. Y aunque no siempre se reconozca, ser paseador de perros es un oficio que puede dar orgullo cuando se lo ejerce con responsabilidad y respeto.

Lo malo de los paseadores de perros
La imagen de veinte perros juntos no debería verse como algo normal. En CABA la normativa establece un máximo de ocho perros por paseador, pero en la calle pocos cumplen con ese límite. Y lo cierto es que ese número ya resulta discutible porque manejar ocho perros con temperamentos distintos, edades diferentes y necesidades propias no es tarea fácil, mucho menos cuando varios de esos perros ni siquiera se conocen entre sí.
Con esas cantidades es difícil garantizar algo más que lo mínimo. Algunos perros caminan con la lengua afuera de cansancio, otros se frenan y terminan arrastrados, y hay quienes no logran relajarse ni disfrutar. Y no hablamos solo de lo físico, también se resiente la parte emocional. Un paseo demasiado caótico, sin pausas ni espacio para olfatear, puede terminar generando más estrés que bienestar.
Lo feo del trabajo de paseador de perros
Más allá de la cantidad de perros, el oficio de paseador en CABA está atravesado por una precarización que va mucho más allá de lo técnico. La mayoría trabaja en negro, sin contrato ni cobertura alguna, y muchos ni siquiera llegan a inscribirse en el monotributo. Eso significa que no acceden a obra social ni a aportes jubilatorios, y que su economía depende exclusivamente de cobrar en mano cada mes.
Si un paseador se enferma o necesita tomarse unos días, no hay licencia ni vacaciones pagas. Tampoco hay aguinaldo ni seguridad frente a imprevistos. Es un trabajo que, en la práctica, queda atado a la buena voluntad de cada cliente y a la capacidad del paseador de sostener su rutina sin margen de error.
Hay aspectos del oficio que muchas veces los tutores ni se detienen a pensar. ¿Qué pasa si un paseador necesita ir al baño en pleno paseo? ¿Qué hace con cinco, ocho o más perros atados en la calle mientras resuelve una necesidad básica? En la práctica no hay respuesta sencilla ni segura.
Situaciones tan simples como esa muestran lo vulnerable que puede ser el trabajo cuando se manejan grupos grandes y no hay infraestructura ni previsión. Lo mismo ocurre si un perro se lastima, si se cruza con otro grupo numeroso o si alguien en la vía pública se acerca de forma imprudente, no siempre hay manera de responder a todo sin comprometer el bienestar de los perros.
A esto se suma que en varios barrios existen zonas controladas por “jefes de manada”, que contratan a otros paseadores, muchas veces jóvenes que recién empiezan, y les pagan muy poco. En esos casos, además de la falta de derechos laborales básicos, aparece la tercerización y la presión por llevar cada vez más perros, priorizando la facturación por sobre el bienestar tanto de los trabajadores como de los perros.
El problema es que esos trabajadores rara vez reciben formación o supervisión real. Se prioriza cubrir la cantidad de perros y mantener la facturación del grupo, y el bienestar de los animales pasa a segundo plano.
Tampoco hay una fiscalización seria por parte del gobierno. El registro de paseadores existe, pero funciona más como un trámite burocrático que como una garantía de calidad. Incluso los cursos oficiales suelen estar desactualizados y no alcanzan a cubrir lo que realmente debería saber alguien que trabaja con perros todos los días.
El resultado es que dentro del mismo rubro conviven profesionales responsables y comprometidos con personas que, por falta de formación y acompañamiento, improvisan y trabajan sin criterios claros. No se trata de señalar culpables individuales, sino de entender que el oficio necesita mejores condiciones, más capacitación y un reconocimiento real de la importancia que tiene para la vida de los perros y las familias.

Qué dice la ley sobre los paseadores de perros en CABA
En la Ciudad de Buenos Aires la regla dice que un paseador puede llevar hasta ocho perros al mismo tiempo. Esa cifra salió de intentos de regulación que buscaban ordenar la actividad y darle cierta seguridad al espacio público.
También existe la obligación de inscribirse en el Registro de Paseadores de Perros, en teoría, cualquiera que saque más de tres perros de forma habitual debería estar registrado y tener su credencial, aunque no sea un paseador de perros.
Sobre el papel suena bien, porque apunta a la higiene, la seguridad y a la convivencia responsable. El problema es que nadie controla y basta con caminar por cualquier parque para ver paseadores con 12, 15 o incluso más de 20 perros, muy lejos de lo que marca la norma y poniendo en riesgo a los animales.
Ahora bien, ¿Quién debería controlar? ¿La policía, inspectores del Gobierno de la Ciudad, alguna autoridad sanitaria? Hoy no está claro, y en la práctica nadie interviene. Tampoco se termina de definir si romper esta norma es una contravención menor, una falta administrativa o un delito con sanciones más duras.
Esa ambigüedad hace que todo quede librado a la interpretación y, al final, cada paseador haga lo que quiere o lo que puede. Implementar controles efectivos sería mucho más complejo de lo que parece ya que implicar coordinar distintas áreas del Estado, destinar recursos y establecer criterios claros de sanción. Como eso nunca se resolvió, el oficio se autorregula de hecho, y muchas veces en contra del bienestar de los propios perros.

Los cursos para paseadores de perros
Parte del requisito para inscribirse en el Registro de Paseadores de Perros es completar un curso que ofrece el Gobierno de la Ciudad junto con el autodenominado “sindicato” del sector.
Se trata de charlas generales, con contenidos básicos y normalmente desactualizados, que no profundizan en conducta canina, señales de estrés o protocolos de seguridad reales, se apoyan en un discurso sindical antes que en experiencia comprobada.
Esto genera una contradicción ya que por un lado, el Estado exige un registro y un curso. Por otro, el mismo curso no garantiza que un paseador esté preparado para manejar grupos de perros en la vía pública. Es más una formalidad administrativa que una capacitación real.
Seguramente, quienes impulsaron ese curso lo hicieron con intención de darle al oficio un marco de formalidad que antes no existía, y en parte puede haber buenas intenciones. El problema es que muchos de sus referentes nunca se acercaron a espacios actualizados de formación.
Persiste todavía esa idea de que la experiencia acumulada alcanza por sí sola, sin necesidad de fundamentos técnicos actualizados. Durante años se sostuvo un modelo basado más en la práctica repetitiva que en el conocimiento real del comportamiento canino, algo que puede sonar convincente para el público general, pero que se queda corto frente a las demandas actuales de la profesión.
En los últimos tiempos empezaron a vincularse con algunos educadores de cierta visibilidad, aunque no siempre con referentes de peso académico o instituciones reconocidas y actualizadas. Esto genera un escenario en el que se priorizan intereses políticos y acuerdos entre actores del sector antes que una capacitación sólida y profunda para quienes realmente trabajan día a día con los perros.

Qué es realmente un paseo de calidad para un perro
Un paseo de calidad no se mide por cuántas cuadras camina el perro ni por la típica foto con un grupo enorme en la plaza. Lo que realmente importa es lo que cada perro vive en ese rato.
Un buen paseo respeta el ritmo individual de cada perro. No es lo mismo un cachorro que necesita pausas y habituarse a los estímulos de la ciudad que un perro adulto con ganas de correr o descargar energía que un perro mayor que pide calma. Cuando se mezclan perfiles muy distintos, siempre hay alguno que no recibe lo que necesita.
El olfato es otro punto central ya que los perros necesitan parar, investigar, explorar. Si solamente caminan sin frenar, se pierden la actividad que más disfrutan y que mejor le hace a su bienestar: oler.
La seguridad también cuenta y no se trata solo de evitar accidentes grandes, sino de cuidar los detalles, usar correas adecuadas, no collares que lastimen, elegir recorridos tranquilos y estar atento a lo que pasa alrededor. Esos gestos simples son los que marcan la diferencia entre un paseo seguro y uno lleno de riesgos innecesarios.
También está la parte social, que un perro se cruce con otros durante el paseo puede ser positivo, siempre que sea controlado y respetando las señales de cada uno. Pero cuando los encuentros se vuelven forzados o el paseador no tiene el criterio para leer la situación, lo que debería ser un momento agradable puede terminar en peleas, tironeos o experiencias negativas que dejan huella y aprendizaje.
Y no hay que olvidarse de lo emocional porque un paseo no debería ser solo una descarga de energía, como si el perro fuera una batería que hay que vaciar. Esa es la mirada reduccionista que todavía domina en gran parte de la profesión. El paseo es tiempo del perro y para el perro, es una oportunidad de relajarse, de oler, de estar en lo suyo sin exigencias.
Si el perro vuelve más nervioso, sobreexcitado o agotado al extremo, ese paseo quizás no cumplió su objetivo. Estimular no es lo mismo que cansar, y la diferencia se nota en casa. Un buen paseo deja al perro más equilibrado, no destruido ni pasado de revoluciones.
Recomendaciones desde Selva para los paseadores
En Escuela Canina Selva recibimos cada vez más paseadores que se suman a nuestros cursos con la idea de profesionalizarse. Y lo primero que les planteamos es simple: menos cantidad y más calidad.
Un paseador no debería definirse por cuántos perros puede llevar a la vez, sino por qué tipo de paseo es capaz de ofrecer porque la diferencia entre llevar un grupo enorme y manejar pocos perros es abismal: cambia la seguridad, cambia la atención y cambia la experiencia del propio perro.
Nuestra recomendación es trabajar con grupos chicos, de uno a cuatro perros como máximo. Con ese número se puede estar presente de verdad, observar a cada perro, anticipar conflictos y dar un paseo que sirva para algo más que cansarlos.
También insistimos en los paseos individuales y sí, sabemos que pueden parecer menos rentables, pero terminan siendo un diferencial enorme. Para muchos tutores, la tranquilidad de saber que su perro va a salir solo, con atención exclusiva y sin el estrés de un grupo, vale más que cualquier “combo” de cantidad.
El mercado está lleno de paseadores que compiten por volumen. La oportunidad está en el otro lado, en quien piensa diferente y se anima a ofrecer calidad y atención personalizada. Ese enfoque no solo mejora la experiencia del perro y del tutor, también abre la puerta a una mayor rentabilidad y a construir un servicio realmente valorado.
El paseador ideal ¿cómo debería trabajar?
Un paseador de perros ideal no es el que junta más perros, sino el que entiende que cada perro es distinto y necesita algo diferente. No se trata solo de caminar un montón de cuadras, sino de observar para saber cuándo un perro pide una pausa, cuándo está incómodo o cuándo puede seguir. Ese ojo clínico es lo que separa un paseo cualquiera de uno de calidad.
Las herramientas también importan. Un buen paseador usa correas firmes y arneses cómodos, nunca collares que lastimen. El control no pasa por la fuerza, pasa por el criterio para intervenir y hacer lo que es mejor para el perro.
Planificar el recorrido es parte del trabajo: elegir lugares más tranquilos, esquivar horas de mayor calor en verano, adaptar el ritmo a cada perro, etc. No todos pueden ni deben caminar igual. Y hay algo más que muchos se olvidan, la comunicación con los tutores. Contar cómo fue el paseo, qué señales nuevas aparecieron, recomendar una consulta veterinaria si hace falta.
Ser un paseador de perros ideal no es un título que pueda autoimponerse, es formación, compromiso y respeto porque no alcanza con querer mucho a los perros, hay que estar preparado para cuidarlos bien en una ciudad que siempre los pone a prueba. Las ganas de querer hacer bien las cosas no alcanzan, hay que saber cómo hacerlas bien.
Preguntas frecuentes sobre paseadores de perros
¿Cuántos perros puede llevar legalmente un paseador de perros en CABA?
La normativa establece un máximo de ocho perros por paseador. Sin embargo, en la práctica se ven grupos de más de 10 o 15. Eso no solo es ilegal, también pone en riesgo el bienestar de los perros.
¿Qué requisitos legales tiene un paseador de perros en la Ciudad?
Para trabajar de manera legal en CABA, un paseador debe inscribirse en el Registro de Paseadores de Perros, completar el curso obligatorio y portar una credencial habilitante.
¿Cómo sé si un paseo es de calidad?
Un paseo de calidad no se mide por la cantidad de cuadras ni por lo cansado que vuelve el perro. Se mide por la atención a sus necesidades: pausas, exploración olfativa, ritmo acorde a su edad y temperamento, y seguridad en cada recorrido. Si tu perro vuelve relajado y equilibrado, probablemente tuvo un buen paseo.
¿Cuánto cobra un paseador de perros en CABA?
Los precios varían según la zona y el tipo de servicio. En promedio, un paseo grupal puede costar entre 3.000 y 5.000 pesos por salida, mientras que los paseos individuales suelen tener un valor más alto. Lo importante es no elegir solo por precio, sino por la calidad y seguridad que ofrece el profesional.
¿Qué diferencia hay entre un paseador responsable y uno improvisado?
El responsable sabe manejar grupos pequeños, entiende de lenguaje canino, comunica a los tutores lo que observa y respeta la ley. El improvisado se centra en la cantidad, desconoce las señales de estrés, usa herramientas inadecuadas y no tiene formación real. Esa diferencia se nota en la experiencia de los perros y en la tranquilidad de las familias.




