En las últimas semanas se volvió tendencia un discurso que ya venía circulando hace tiempo: el de dejar a los perros sueltos y “ser libres”. Se comparte en charlas, en cursos online y ahora también en videos de redes sociales donde algunos tutores muestran a sus perros comiendo basura, restos de comida tirada en la calle o incluso animales muertos. Todo bajo la bandera de que “es lo natural” y de que “hay que respetar sus decisiones”.
El problema es que esa idea, tomada sin contexto, puede ser peligrosa. Y lo más llamativo es que muchos de estos planteos se apoyan en el libro Perros sueltos y libres de Marc Bekoff y Jessica Pierce. Un libro interesante, con fundamentos valiosos, pero que algunos gurús de la educación canina leen como si fuera un manual para hacer cualquier cosa.
Vamos a ponerlo en claro: ni Bekoff ni Pierce dijeron jamás que la libertad del perro equivalga a abandonar todo criterio. Lo que sí proponen es un modelo ético que nos invite a pensar cuánto de la vida de nuestros perros está en nuestras manos y cuánto espacio real les damos para ser ellos mismos. Y ahí está la clave, en interpretar con responsabilidad.
El punto de partida: perros en cautiverio
La premisa del libro es simple pero potente: aunque vivan con nosotros en la comodidad de un sillón, los perros de compañía están en un estado de cautiverio relativo. No eligen qué comer, a qué hora salir, con quién convivir ni dónde vivir. Todo eso lo decidimos nosotros.
El planteo de Bekoff y Pierce es que nuestra tarea como tutores es minimizar ese cautiverio y buscar que la vida del perro se acerque lo más posible a una existencia plena, con espacio para elegir, explorar, jugar y expresar conductas propias de su especie.
Hasta ahí, nadie en su sano juicio podría estar en contra.
Las 10 libertades: un marco necesario
Los autores toman las clásicas “cinco libertades” del bienestar animal y las amplían a diez, pensadas para la vida cotidiana de un perro en casa. No se trata solo de estar libres de hambre, dolor o enfermedad, sino también de contar con:
- Libertad para ser ellos mismos.
- Libertad para expresar conductas normales.
- Libertad para elegir y ejercer cierto control.
- Libertad para jugar y divertirse.
- Libertad para tener privacidad y seguridad.
Esto es revolucionario en un punto, para muchos pero, no alcanza con evitar que el perro sufra; hay que darle también espacios de disfrute y elección.
Hasta ahí, impecable, todos queremos ver a nuestros perros sueltos y libres. El problema aparece cuando algunos toman estas libertades como una carta blanca para justificar cualquier cosa.
El malentendido: libertad no es abandono
Los videos de perros comiendo de la calle bajo el lema de “dejarlos ser libres” muestran el lado peligroso de esta interpretación.
Que un perro intente comer basura es natural. Que quiera llevarse una paloma muerta también lo es. Pero que algo sea natural no significa que sea saludable ni responsable dejarlo hacer.
Si vamos a ejemplos igual de naturales, un macho intentará montar a una hembra en celo apenas tenga la oportunidad. O un perro puede lanzarse sin medir riesgos detrás de una bicicleta. Nadie en su sano juicio diría que debemos permitir esas cosas porque “así es más libre”.
El concepto de libertad que plantea el libro incluye estar libres de enfermedades, dolor y miedo. Si yo permito que mi perro consuma comida contaminada en la calle, no estoy ampliando su libertad, estoy violando esas mismas libertades.
El contexto importa: campo vs. ciudad
El libro fue escrito en un marco muy amplio, donde se discuten cuestiones filosóficas y éticas del vínculo humano-animal. Muchos de los ejemplos provienen de entornos suburbanos o rurales, donde el perro puede explorar sin enfrentarse a los mismos riesgos que en una ciudad.
Pero la realidad de la mayoría de los perros que atendemos en Buenos Aires, Rosario, Córdoba, Madrid o Ciudad de México no es esa. Son perros urbanos, rodeados de tránsito, contaminación, sobrepoblación canina y, lamentablemente, hasta casos de envenenamiento intencional en plazas o veredas.
Aplicar la idea de “dejarlos ser libres” en ese contexto sin filtro alguno es negligente.
¿Perros sueltos y libres? … Depende
Otro punto que muchos pasan por alto: algunos de los perros que aparecen en esos videos pueden tener problemas de impulsividad, ansiedad o reactividad, y otros no. Pero en ambos casos, permitir conductas de riesgo no suma bienestar.
La verdadera libertad no se mide en la cantidad de impulsos satisfechos, sino en cuántas opciones seguras y enriquecedoras podemos ofrecerles para vivir mejor.
Educación: Perros sueltos y libres pero guiados
Y acá entra en juego el entrenamiento. No como imposición ni como obediencia, sino como educación colaborativa.
Enseñar un buen “déjalo”, trabajar en autocontrol, usar juegos de olfato como alternativa, reforzar la calma, darle opciones de exploración controlada… todo eso no es cortar la libertad, es expandirla dentro de un marco seguro.
Un perro que puede dejar un hueso en el piso porque aprendió otra conducta más adaptativa no es menos libre: es más competente para desenvolverse en su entorno. La verdadera autonomía se mide en la capacidad de elegir entre varias alternativas, no en dejarse llevar por el primer impulso.
La falacia del “natural”
Una de las frases que más escucho es: “pero comer carroña es natural, así son los perros”.
Sí, es cierto. El perro viene de una historia evolutiva de carroñero oportunista. Pero bajo esa misma lógica, también sería natural que un humano viviera solo en base a sus reflejos más primitivos: pelear por comida, aparearse sin medir contexto o reaccionar con violencia al mínimo conflicto.
La evolución cultural en los humanos, y la domesticación en los perros, muestran que lo natural no siempre es lo mejor en la vida moderna. La clave está en canalizar lo natural hacia formas compatibles con salud y convivencia.
Perros sueltos y libres con responsabilidad
Lo que necesitamos no es abandonar la idea de libertad, sino reformularla en clave urbana.
- Dar paseos largos y variados.
- Permitir olfatear, explorar y elegir caminos.
- Proporcionar juegos de búsqueda y de resolución de problemas.
- Habilitar espacios de socialización segura.
- Ofrecer descansos y zonas privadas en casa.
Eso es libertad real, que respeta tanto el instinto como el bienestar.
Lo otro, lo de “dejalo comer lo que encuentre porque así es más libre”, no es libertad: es desentenderse del rol de tutor.
El libro de Bekoff y Pierce merece ser leído, discutido y aplicado con criterio. Pero cuando lo usamos como muletilla para justificar prácticas que ponen en riesgo la salud de los perros, lo estamos tergiversando.
La libertad de un perro no se mide en la cantidad de basura que puede comer sin que lo frenen, sino en la cantidad de opciones seguras y enriquecedoras que le damos para vivir mejor.
El desafío, como educadores y tutores, no es soltar el control al azar, sino construir contextos donde el perro pueda ser perro sin ponerse en peligro. Ahí sí, podemos hablar de libertad con mayúsculas.




